MENDOZA - CIUDAD ARBOLADA
de Dora De Pascual


LA SITUACIÓN DE MENDOZA

La ciudad de Mendoza es una expresión múltiple y diversa con gente asociada en un sitio físico común que estimula nuestra mente y nuestros sentidos con una imagen concreta, el bosque urbano. Su imagen es ilimitada y notable por la presencia del árbol, cuya estructura viva en medio del hormigón circundante, se enfrentó con el singular antagonismo entre la ciudad desértica y la ciudad arbolada.

El árbol creó en nuestra ciudad, condiciones ambientales, lumínicas, y de paisaje que dieron lugar a ese fenómeno llamado cultura del árbol, otorgándole todo tipo de originalidad e innovación y le permitió resolver conflictos ambientales, socioculturales y hasta económicos.

El frágil y riesgoso desierto incapaz de sostener la vida tal como la conocemos hoy, fue transformado por los hombres que pensaron en hacerlo ambientalmente habitable. Desde la prístina sustentabilidad del Huarpe adaptado al desierto, hasta la acción y los aportes de los primeros conquistadores, la cultura Inca y luego la cultura Española, comprendieron que el agua era el líquido vital para esta tierra, que transformaría todo y que permitiría la organización del asentamiento humano. Luego por los impactos de este clima riguroso apelaron al árbol y al dócil verde como paliativo de las altas temperaturas, dando origen a lo que sería después la ciudad bosque.

Pero en nuestra tierra, las amplitudes térmicas no eran los únicos riesgos, también estaban los terremotos, los aluviones, los incendios y la insalubridad que impedían que el desarrollo y el progreso llegara a este suelo. Después de sufrir el golpe de los graves cataclismos inventan la nueva ciudad, la ciudad de la prevención sísmica, con amplios espacios urbanos públicos forestados y avenidas anchas franqueadas de álamos carolinos (Pópulos Deltoides) para asegurar el escape ante el riesgo telúrico. Planificar la Nueva Ciudad para el Agrimensor Ballofet, en la estancia de San Nicolás al sudoeste de la ciudad desbastada por el terremoto del 2 de marzo de 1861, fue el nuevo desafío para la sociedad, donde el árbol cumplió un rol fundamental

A pesar de forestar la ciudad los riesgos siguieron vigentes, las muertes, las enfermedades, los terremotos y aluviones eran los obstáculos, la insalubridad reinaba por doquier y el habitante de este suelo y los factibles habitantes inmigrantes italianos que llegaban al país, no se arriesgaban a pisar esta tierra. Políticos y especialistas se asocian para revertir la frágil fisonomía de Mendoza, y proponen la forestación del oeste de la ciudad.

Tres hombres probos un político, Emilio Civit, un higienista, Emilio Coni y un arquitecto paisajista, Carlos Thays se asociaron y dieron forma a una idea de ciudad modelo en 1897. Reinventan el espacio público para mejorar la calidad de vida. Crean el Parque del Oeste, hoy Parque Gral. San Martín, las grandes avenidas, carriles y calles forestadas con árboles de gran copa (Platanus acerifolia), emprenden obras públicas de saneamiento y de infraestructura. La meta era un diseño urbano ambiental autorregulado, ideal para el confort y la salud humana.

La nueva ecuación de variadas y densas poblaciones de árboles, canales de riegos, acequias, fuentes y lagos, como lentos evaporadores fue la propuesta. Seleccionaron y dispusieron grupos arbóreos para producir una profusa purificación y oxigenación debido a las dilatadas hojas del Platanus Acerifolia, que completaba e introducía el bosque social y la sombra ventilada en cuanto espacio público existiese.

Los técnicos y políticos de las primeras décadas del siglo XX recuperaron la ciudad para los ciudadanos, crearon amplias zonas verdes, redefinen la ciudad con espacios públicos forestados atractivos para que el hombre se pudiera desarrollar con todo su potencial. Su legado de arborización fue de tal magnitud que aún hoy gozamos de sus beneficios.


LAS CALLES DE MENDOZA

El modelo de espacio urbano forestado de la Ciudad de Mendoza es hoy: “la suma de los elementos constitutivos de la calle, vereda, calzada, acequia, árbol, que se equilibran dimensionalmente con el volumen de la edificación que bordea creando sensaciones armónicas de espacio, luz y formas, lo que provoca un verdadero placer estético al transitar por ellas, exaltándose el goce de vivir. Muchas veces la fronda de sus calles forma verdaderos túneles verdes donde los rayos solares, infinita y caprichosamente fragmentados, producen los más inesperados juegos espaciales y lumínicos que se extienden sobre el suelo y la masa edificada” (TEDESCHI, Enrico, Arq. 1969)

Pero no sólo el valor estético prima en el espacio urbano público de Mendoza también es el lugar de las relaciones sociales: “Cuando una sociedad, como la mendocina, dispone de un espacio climáticamente acondicionado, bello y seguro del tránsito automotor, conectando viviendas, escuelas, negocios, clubes, bancos, etc. cuando a la entrada o salida de cualquier actividad, pública o privada, esa sociedad encuentra siempre un atrio vegetal para reunirse, manifestarse o intercambiar experiencias, cuando puede usar sus calles, aun cuando hace demasiado sol o frío, sequedad o viento; cuando los ciudadanos se acostumbran a vivir bajo cobertura verde, cuando estas cosas le acontecen a la ciudad estamos hablando de las calles mendocinas, del bosque urbano verde ”. (CREMASCHI, Jorge, Arq. 1985)

EL árbol, que junto con el agua, dieron forma a la primera trasformación del paisaje natural, hecho debido a la intervención cultural del hombre, el principal protagonista de la transformación de Mendoza.

“El árbol, se convierte en el factor principal de las calles y plazas mendocinas, en el de la estética toda de la ciudad, por éste solo hecho se transforma en un ejemplo típico, de reconocido prestigio, en el concierto de las ciudades de climas semiáridos” (TEDESCHI, Enrico, Arq. 1969)


PARQUE Gral. SAN MARTÍN

El Parque Gral. San Martín tiene sus orígenes en una desoladora situación ambiental mendocina, el 27 de enero del año 1896, el Ministro de Hacienda de la Provincia, Dr. Emilio Civit, en un mensaje a la Legislatura expresaba: “…dada la situación actual, triste y desconsolador es decirlo, la vida se hace imposible en Mendoza. El inmigrante se retrae, con razón de venir a habitar su suelo, porque sabe que su existencia corre serios peligros ante hechos que están en la conciencia pública, que todos soportan y sufren,…” “Todo, todo pues, ha venido paulatinamente a crear la situación existente y si ella es grave, no es irremediable, y aun cuando no se pueda tal vez modificar radicalmente o suprimirse por completo sus causas perturbadoras, pueden sí atenuarse sus efectos”.

Por la concurrencia creativa del médico higienista, Dr. Emilio Coni, el Botánico y Arquitecto Paisajista, Carlos Thays y el Político, Dr. Emilio Civit se da forma a un espacio esmeradamente acabado, El Parque del Oeste. Se valen de un esquema eficiente de interrelaciones de la biomasa acondicionadora y gestan la renovada Ciudad de Mendoza. Asocian fotosintéticamente el bosque templado con las unidades bióticas del territorio árido para intentar un bioclima autoregulado, para el confort y la salud humana, el bienestar físico, mental y social. Propusieron aire puro y ventilado, ni estanco, ni sujeto a bruscos cambios de presiones y vientos dominantes, sombra protectora, humedad atmosférica oscilante entre 40% al 70%, y temperatura que si bien no alcanzó el grado óptimo entre 10°C y 25°C en términos constantes, se aproximó en sus promedios estacionales.

Carlos Thays, el 11 de noviembre de 1896 presenta los planos definitivos del Parque del Oeste. Propone un diseño adecuado a la nueva ecuación ecológica, emplaza variadas y densas poblaciones de árboles para producir la profusa purificación y oxigenación del aire, junto a canales de riego, acequias, fuentes y lagos que actuarían como lentos evaporadores. El copioso y elevado follaje cumpliría su papel atemperador y amortiguador de altibajos climáticos, apoyado en la capacidad que tienen de absorber y excretar. Diseñó el Parque, sobre una extendida franja de cuatrocientas hectáreas, paralela a las adyacentes serranías, en el inclinado piedemonte, que supo aprovechar para potenciar vistas, perspectivas y el flujo de suaves, constantes y superficiales brisas que se introducía en la floresta. El aire se desplazaba por el acondicionado estrato, y era conducido y disipado en la ciudad a través de largos y abovedados corredores viales boscosos, nueve amplias avenidas, cuyo arbolado caducifolio alentaba el movimiento para que fuera aspirado hacia el interior de las manzanas, por las diferencias térmicas y la naturaleza de los materiales constructivo.

Afianzaba su proyecto con espacios para actividades sociales, educativas y recreativas entre prados y bosques. Introdujo el uso social en el gran lago, que a su vez humectaba las brisas del oeste. Las amplias y serpenteantes avenidas franqueadas por frondosos árboles y cantarinas acequias conducían al eje principal que partía desde el corazón de la propia ciudad, el Parque de la Independencia, con una doble fila de esbeltos álamos chilenos que acercaban la lejana cordillera. Costosa y ardua fue la tarea de ejecución que realizó el Ing. Agrónomo Barrera con trabajadores inmigrantes, en su mayoría italianos, que plantaron y regaron manualmente la novel floresta.

El modelo de verde urbano de fines del siglo XIX, se perfeccionó con el bosque social y la sombra ventilada en cuanto espacio público existiese: calles, avenidas, plazas, paseos, canales de riego y carriles, articulaban la ciudad con los núcleos urbanos vecinos. Este hecho del sistema urbano, la dendrópolis mendocina se identificó por la hegemónica presencia de la espléndida imagen del Plátano.


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